Crítica

¿HABITAR? 

Por Beatriz Bernal



La ciudad crece como el desierto, devorando el espacio donde antes fructificaban los campos, las construcciones se extienden sigilosamente ocultando la tierra de donde provienen; el cemento se propaga como una gran enfermedad a la que no se le ha encontrado la cura, y en medio de esta elaboración sólo humana,  se escucha el sonido apagado de la devastación sin límites.  Por eso, a veces, parecen insinuarse más que formas o figuras, la fuerza incontenible de un animal devorador, tiburón, águila, raya, lobo, entonando la canción de una cruel fatalidad: el olvido de la perplejidad del paisaje.

Construir ciudades y hacerlas visibles en la imagen, habría de llevar a Paola a explorar  mapas, cartografías urbanas, planos topográficos, vistas aéreas de ciudad, y a encontrar un material sensible como el carburo de silicio cuya dureza le sigue a la del diamante –el carburo es empleado en el pulimiento de las calles y en la mayoría de los materiales de construcción-, el cual le servirá no para representar la ciudad sino para hacerla venir a la presencia, traer a la cercanía la impenetrabilidad citadina y la frialdad dictatorial de la metrópolis. Del mismo modo, los campos de color resueltos en acrílico, en especial rojos y amarillos, son colores cálidos que no en vano nos recuerdan el  calentamiento de la tierra, última innovación del hombre moderno empecinado en el control y cálculo de lo natural.

El acento crítico de la artista bogotana procede de una investigación profusa en la que es innegable la influencia del artista argentino Guillermo Kuitca y las obras del británico  Richard Long. No obstante, se perfila en su obra un lenguaje artístico muy singular que excede toda posible ejemplaridad.  Dejar ser las pulsaciones de la naturaleza en medio del hormigón, quizá sea este el  gran anhelo que se descubre en sus obras. En la época de la aparente falta de necesidad, la obra de Paola solicita el aire refrescante que pudiera otorgarnos esos “pulmones” como ella misma los denomina: parques, cerros, montañas, árboles, aunque  en ocasiones aparecen como espacios vacíos entre una selva de carburo, sólo para indicar su escasez.

Si el sentido originario de la palabra construir en el antiguo alemán significa “cuidar”, frente a l las pinturas de Paola nos sentimos interpelados: ¿es hoy el construir un verdadero cuidar o más bien un destruir lo ya existente? ¿el hombre moderno construye para habitar o en cambio, lo habitual es olvidar el habitar? Las trayectorias aleatorias de las calles, el amontonamiento de edificios e industrias, la aglomeración de viviendas, las invasiones en la periferia de las grandes ciudades se reflejan en el juego de espejos de sus obras, allí no hay lugar para el cielo diurno o nocturno porque la claridad u oscuridad del cielo es un acertijo que ya nadie quiere adivinar, y las luces artificiales cada vez en aumento nos han velado la inocencia de las estrellas.










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DEL HABITAR A LA EXPANSIÓN 


Obra de Paola Gamboa

Instalación

Aparece acá una mirada a la ciudad y a la manera como los habitantes transforman e impactan su entorno, más no se trata de una inquietud por lo puntual del fenómeno, sino mas bien por el carácter macro de la urbe y sus habitantes.

Paola Gamboa plantea una pregunta para cuya respuesta es necesario tener una perspectiva en altura de la ciudad que puede ser la nuestra o la que nos presenta un dispositivo, a  una distancia en la que los rasgos particulares de los techos y volúmenes de los elementos arquitectónicos ceden su protagonismo a una vista de conglomerado urbano que luce como un organismo, un ente macro bacterial que devorando su entorno consume lo que le da sustento.

En una evocación de esa mirada en altura, la instalación que presenta emula las formas cartográficas de la ciudad pero en un paso adicional incluye como elemento estructural al carburo de silicio. Este material, negro y brillante a los reflejos, da a la instalación un carácter nocturno, en el que se hace presente la ciudad a vuelo de avión, al tiempo que en su dureza se alude a los procesos y materiales constructivos que dan forma a nuestros entornos urbanos.
En estos elementos se devela el comentario de la obra que invita a revisar el crecimiento desmedido de nuestros lugares de asiento, a preguntarse por la necesidad real de ese modelo de desarrollo, a inquietarnos por el futuro que nos depara pues, como entes constituyentes y ligados al a ciudad, poseemos un destino común con ella.

No por este acento crítico la obra deja de ser poética. En un nivel de lectura sensible se adivina en ella también un sentido de belleza evocada que de momento nos permite recrear ese encanto elusivo que entrega la vista de ciudad, en la espesura de la noche, desde lo alto de una carretera y además, en un palpito que pulsa entre la aparición y el desvanecimiento, vemos presente una ciudad viva que crece, respira, jadea y descansa plácida.

Carlos Galeano
Profesor Facultad de Artes
Universidad de Antioquia